19.5.11

A tus órdenes

II. Didetrónix.
Subte, línea cualquiera en hora pico, las caras muestran la tristeza infinita, y la decoración les indica lo felices que los podría hacer una hamburgesa, de hecho, cualquier propuesta en ese instante, vale el mundo con tal de salir del pozo de inmundicia en el que estos seres apenados se sumergen cotidianamente, yo estoy entremedio cantando “¿qué importan ya tus ideales? ¿qué importa tu canción?, la grasa de las capitales cubre tu corazón…”, una mujer tropieza conmigo y apunto mi mirada a sus labios pintados de rojo carmín, su timidez le impide sostenerme la mirada pero estamos tan pegados que se perturba, le explico que tanto ella como yo aportamos algo propio para estar allí en ese momento, “y sí”, me contesta, sigo mirándola y me pide silenciosamente que no la mire más, accedo a su pedido y disfruto el viaje como en el cine. “Falta música, falta música” pienso, pero no puedo imaginármela. “¿y si estuviésemos todos desnudos?”, sería una imagen interesante. Podría filmar una película, entonces o tener sexo con cualquier imbécil. Me bajo del subte, en el centro de la ciudad, es temprano, las iglesias, apuntan al cielo, con gárgolas buscando la elevación mental y a sus pies, las clases, la historia, la política, el tiempo. Podría escribir sobre esto, o masturbarme frente a la computadora. Me subo a un colectivo, leo los afiches publicitarios, “Perdida de memoria. Nosotros lo ayudamos” no gracias. Ahora, no se donde puedo ir pero las terrazas son hermosas, pido permiso para acceder a una a mirar el cielo, me dicen que no.

1 comentario:

Volviendo a Crecer dijo...

Accediste a dejar de mirarla.
Me gustó tu generosidad para con ella.
un gesto insignificante seguro pero valorado por ella seguramente.

Muy buen escrito. Intenso.
Un abrazo, Diego.