9.8.10

cincuenta

Hay una finalidad en mis vivencias que me excede. Que no es elección. Es un existente que está por encima de mi. ¿Es capaz de reparar en mis deseos ese deseante?

Por ejemplo, esa boca, esos senos, tus pupilas, son mis creaciones. Pero siento que soy sólo un medio para crear los objetos de deseo de aquel que desea a través mío.

Entonces, te invoco celestial, te imploro, sé presencia. Estar a tu merced es sofocante, al menos, permíteme conocer tu rostro mágico.

Yo, creador de creaciones, creado para crear, no soy más que un médium, en trance permanente, sufriendo esta cosmovisión que ha sido implantada en mi mente. ¿Por qué no destruirla?

Lo intento y cierro los ojos para volver a ver esa rueda, brillante y luminosa, que intento hace años arrastrar hacia mi corazón.

Ahora, es momento de hacer de la rueda un timón. Llevar a obscuros puertos mi mercancía incandescente. Ser el sol, la luz, la fuente inagotable de estrellas. Quiero liberarme de una vez del que desea a través mío y de sus tontas expectativas.

No se si soy capaz. Terminar todo, es más difícil que empezarlo. Siento las ganas de patear todo de una vez, hacerme Mason, o Franciscano. Pero si no lo hago es por esa pseudo-determinación impuesta por mi pasado (o esta ficción que recuerdo).

Es difícil desprogramarse.

Te cuento. Soy el conejillo de indias, de unos brutos científicos que abandonaron el proyecto hace siglos. Desamparado, grito al cielo, para que no me olviden “Vuelvan, acà estoy. El experimento sigue su curso. Miren esta poesía, o esta canción, o los dibujos. Miren no lastimo a nadie. Me banco a los otros. Ey, creadores, no hice tan mal mi tarea. Su experimento no fue tan atroz, existo, a pesar de todo, rodeado de belleza. Siento la luz y la fuerza de ser yo, un Dios en la Tierra.”

Y Ellos como si nada. Seguramente, avocados a nuevos proyectos más interesante que este robotito que soy.

Entonces, te escribo a vos, angelito, que sos como una de esas noches, donde el sol nos recuerda que a esa hora, sigue iluminando a la luna.

Escribo para contarte una historia, que es una encrucijada. Como todas las vidas. Un desconcierto que también hace música. Un pandemónium, una manifestación ignominiosa de la fuerza de gravedad, que por su constancia, nos impone perpetuamente la condena de vivir en el suelo.