que conozco de punta a punta.
Sus puertas son rosadas,
y sus manijas,
decoradas con apliques de bronce,
esperan a que tenga tiempo de tomarlas.
No conozco a nadie en este lugar,
pero hay caras conocidas en él:
cultos venerados
ideas antiguas,
mantras guturales,
y, por sobre todo,
pensamientos ajenos.
Las luces estallan, alrededor,
en forma incierta.
Lo hacen cerca de mi cara
y de mi oído.
Pero no las veo, ni las escucho.
Desciendo hacia lugares luminosos,
y comienzo a abrirme
pero ni arriba,
ni abajo,
tengo espacio.
Allí
descubro lo pertinente.
me acerco, vástago,
hasta la calamidad de mis confines.
Entreveo las partículas de lo último
y las respiro, luminosamente…
Acceden,
pero no las puedo sentir.
Penetran,
pero no se dejan tocar.
Lastiman
pero no me hieren
con sencillez, me retornan
al lujoso hospedaje de mi muerte.
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